Recuerdos

por Dolores Carrera

Entre los recuerdos que conservo de mi niñez, uno de los que con más nitidez viene de vez en cuando a mi memoria es la figura de Paco Palma Burgos —niño también— jugando con sus hermanos y conmigo en la playa de la Malagueta.

Por aquel entonces —finales de los años veinte— existían en aquel lugar los antiguos balnearios de Apolo y Estrella, en donde tomaban sus baños de mar —y poco sol— la mayoría! de los malagueños. El balneario, en este caso de la Estrella; era como todos los de la época. Una enorme arquitectura de madera, y algo lóbrego debido a la moral de aquel tiempo en donde hombres y mujeres se hallaban separados en distintos lugares, y estos, acotados por unas inmensas esteras de esparto para aislar a hembras y varones de miradas pecaminosas. Mi madre —que era un poco progresista en esto de los baños de sol— tenía la buena costumbre de sacarme fuera de aquellas esteras para que pudiese jugar libremente con la arena, correr al aire libre y tostarme la piel, aunque esto si, con la cabeza siempre cubierta.

Los Palma —todos los hermanos-- aparecían a media mañana tras la figura de su padre, que era por lo visto el encargado de llevar a su numerosa prole a bañarse, en lo que entonces era un mar limpio y transparente. La figura de Palma padre era para mis ojos infantiles algo maravilloso, en la que me fijaba con cierto embobamiento, ya que su apariencia era distinta a los de los hombres de entonces. Admiraba su atuendo, con chaqueta clara de hilo, sombrero jipy, que con cierta ceremonia se quitaba para saludar a mi madre, dejando al descubierto su pelo cano¬¡so y revuelto con un largo que no convenía a la moda de entonces. Sobre su camisa blanca la eterna chalina de artista.

Paco Palma hijo, ya por aquel tiempo hacía sus obras corno escultor jugando con la arena y ]os guijarros de la playa mientras su padre le miraba hacer, me figuro, con cierto orgullo del artista que contempla la continuidad de su obra.

Llegados a este punto se difuminan en mi los recuerdos de Paco Palma niño, hasta volverlo a encontrar, ya un hombre, en el taller de calle Jinetes cuando tallaba el trono de Jesús Nazareno del Paso.

Unos años antes, «Palma el viejo», como cariñosamente le llamaban los malagueños al escultor antequerano, había fallecido repentinamente, y fue su hijo Paco el que tuvo que hacerse cargo del taller y continuar su obra.

El último encargo recibido en el taller de los Palma había sido en el año 1938, pocos días antes de la muerte del maestro, y consistía en esculpir la imagen de un crucificado para la Hermandad de Zamarrilla. Este encargo fue hecho por un gran cofrade zamarrillero, ya fallecido, Manolo García Cebas. Es muy joven Paco Palma Burgos, y aunque ya cuenta con numerosos premios en su haber se siente cohibido ante la propuesta de la hermandad, cuando esta le ruega que sea él quien talle el crucificado. Se niega, está abatido por la muerte de su padre y no se atreve a rozar la gubia del maestro que aún conserva su huella caliente. Por fin y animado especialmente por Manolo García Cabas empieza la escultura seis días después de la muerte de su padre. La obra se termina en el corto plazo de seis meses y supone un éxito para el artista, que le proporciona innumerables encargos y una notoriedad en el mundo artístico y cultural de Málaga. El Cristo de los Milagros no es la obra de un principiante, y toda ella impresiona en su anatomía y perfección.

Pero hay algo sobre la advocación de este Cristo que me gustaría que se aclarase, ya que desgraciadamente su autor se nos fue para siempre. Según me contó Manolo García Cabas cuando le entrevisté para el libro de «Anécdotas y curiosidades de la Semana Santa malagueña», el crucificado recibió tal advocación de los Milagros, por un hecho muy particular acaecido a él, cuando en los llamados «siete meses rojos» Manolo fue perse guido y estuvo a punto de ser encarcelado y muerto. Esta historia, patética como todas las de aquella triste época, fue recogida en un tubo de metal que se introdujo en el cuerpo de la imagen, y su advocación «de los Milagros» fue debida al hecho de salvar su vida, que para Manolo García Cabas fue algo milagroso.

En el libro «Paco Palma» escrito por Manuel Téllez Laguna se excluye esta historia, y se da por hecho que el Cristo recibió esta advocación por el milagro, que supuso hacer la escultura en tan rápido tiempo y circunstancias.

Mucho nos gustaría que este punto sobre la advocación de tan bella imagen esculpida por un muchacho de veinte años, fuese aclarada por quien así lo estime conveniente.

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Rafael Poyato Crespo

Al hombre que encarna con su gubia maravillosa, la imagen de lo que siente su alma gigantescamente noble.

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