Paco Palma y el Cristo de Mena

por Elías De Mateo Avilés
Publicado en el Diario Sur Dominical. Domingo 6 de diciembre de 1987

Al anochecer de cualquier Jueves Santo, en Málaga, es posible oír, en cualquier corro, grupo de fieles o simples curiosos una exclamación, que teniendo su fondo de verdad, no es del todo cierta: ¡Por allí viene el Cristo de Mena! Algunos saben y muchos ignoran el origen de una de las más portentosas tallas de Crucificado que ha producido la imaginería andaluza contemporánea. En cualquier caso, en el habla popular se ha impuesto la tradición histórica sobre la espléndida realidad en madera policromada. Hay que decirlo muy claramente: Si en la actualidad podemos todos contemplar y rezar ante el Cristo de la Buena Muerte, es gracias al tesón y al esfuerzo de un grupo de cofrades y a la creatividad de un gran imaginero ya desaparecido: Francisco Palma Burgos.

Hasta aquella aciaga madrugada, entre el 11 y 12 de mayo de 1931, un Crucificado, el titular de la Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Animas y Nuestra Señora de la Soledad, había sido asombro para estudiosos y profanos que lo habían contemplado. Desde los eruditos Ricardo de Orueta y Juan Temboury hasta la profesora María Elena Gómez Moreno, incluyendo al escultor Francisco Palma García, todos coincidían en afirmar que el Cristo de la Buena Muerte era una de las más grandiosas obras en madera policromada dentro de la escultura barroca española.

Tras los convulsos años de la II República y de la guerra civil, solo quedaban del Cristo de la Buena Muerte el recuerdo emocionado de quienes lo habían contemplado con ojos de estudioso o de devoto, y algunas añejas fotografías en color sepia. Sin embargo, en 1940, un grupo de congregantes entusiastas se proponen un imposible que su Crucificado resurja de sus propias cenizas. Quieren hacer un nuevo Cristo de la Buena Muerte. Buscan un escultor que pueda plasmar su idea sobre la madera policromada. Desaparecido repentinamente en 1939 el gran imaginero, continuador de la mejor tradición barroca en Málaga, Francisco Palma García, los ojos se vuelven hacia el mayor de sus hijos, todavía muy joven -veintidós años- Francisco Palma Burgos.

Paco Palma es consciente de la doble responsabilidad que sobre él cae. Debe, por una parte, no defraudar como continuador del buen hacer del taller de su padre. Por otro, los congregantes del Cristo de la Buena Muerte quieren un auténtico milagro: que haga una copia fiel del desaparecido Cristo de Mena. Por fin se firma el contrato entre cinco congregantes que van a financiar la obra de su propio bolsillo, Esteban Pérez-Bryan, Alvaro Príes, José Chervás, Emilio Kutner y Miguel Serrano de las Heras, y el joven escultor.

En el hogar de los Palma, desde mucho tiempo atrás se había valorado como incomparable modelo a imitar el Cristo de la Buena Muerte de Mena. Según narró magistralmente el insigne escritor y académico Salvador González Anaya, en su novela «Las vestiduras recamadas», los esfuerzos infructuosos de Francisco Palma García por salvar la obra maestra del Crucificado en Andalucía, a punto estuvieron de costarle la vida, logrando rescatar tan solo la pierna derecha.

Con una responsabilidad tan grande a sus espaldas, Paco Palma puso manos a la obra. En un auténtico esfuerzo de superación personal, el imaginero se sumerge en el espíritu de la Contrarreforma y logra dominar a la perfección la técnica de los grandes imagineros españoles del siglo XVII. Pero, además, como buen artista, Palma hijo es un creador. No copia la imagen de Mena. Tampoco la imita. Logra lo más difícil: recrearla y reinterpretarla dándole su sello personal. El Cristo de Palma que hoy admiramos, difiere del de Mena. La postura de los pies es distinta. El anudado del paño púdico se realiza al lado opuesto. Por su parte, la anatomía del cuerpo es mas vigorosa, más realista que en el Crucificado de Mena. Sirve de modelo al escultor un gitano malagueño conocido por el apodo de «el Sopas». La desproporción de los brazos, característica de la obra de Mena, desaparece.

Cuando el día 8 de marzo de 1942 los congregantes contemplan su nuevo Cristo, junto a toda la Málaga cofradiera, con motivo de su bendición solemne, reina el asombro y las felicitaciones al escultor. Lo imposible se había realizado. Igual impresión causa la nueva escultura al ser expuesta en el Salón Cano de Madrid, poco después.

Desde entonces, desde aquella memorable Semana Santa de 1942, el Cristo de la Buena Muerte es el Cristo de Palma. Pero es, y seguirá siendo, por tradición y devoción al Cristo de Mena en el lenguaje popular. Un entonces joven escultor hizo posible, con su maestría una simbiosis perfecta: que la obra de nuestro mejor imaginero del siglo XVII se recreasen y perpetuase en la obra de nuestro mejor imaginero contemporáneo.

About This Blog

Rafael Poyato Crespo

Al hombre que encarna con su gubia maravillosa, la imagen de lo que siente su alma gigantescamente noble.

  © Blogger templates Romantico by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP