A Paco Palma Burgos

(Desde la niñez)
por Esteban Pérez-Bryan López *
publicado en el Boletín nº 4 de la Congreación de Mena. 1987


Eramos de la misma edad, tres meses mayor que yo. Nuestra amistad y conocimiento eran consecuencia de la amistad que tenían nuestros padres, desde que la familia Palma se traslada desde Antequera.

Paco Palma García (en mi casa siempre Paco) era asiduo concurrente de la tertulia de la rebotica de mi padre sita en la Plaza de la Constitución, hasta el 18 de julio del 36 que desaparece para continuar, a partir de febrero del 37, en calle Granada nº 16, hasta que este gran amigo y artista muere en diciembre del 38.

Todos los contertulios amigos, eran, como no, Cofrades de la Virgen de la Soledad de Santo Domingo, que se procesionaba en Viernes Santo con el mismo rigor que Servitas. (Los portadores de las andas iban de frac). Como conocían la existencia de un Crucificado en lo más alto del retablo del altar mayor, decidieron bajarlo y estudiado por profesores de Bellas Artes de San Telmo, certificaron se trataba de una obra magnífica de Pedro de Mena Medrano y, desde entonces, quedó formada la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte y Ntra. Sra. de la Soledad.

Hecho el preámbulo, quiero hacer por cuestión de espacio sólo un bosquejo de lo que conozco de Paco hijo, por la amistad nacida de la convivencia, pero siempre lo haré, sobre todo al principio, hablando del padre, porque los dos sentían el mismo arte. El hijo comenzó primero por la pintura consiguiendo una beca concedida por el Ayuntamiento de Málaga para realizar estudios en la Escuela de Bellas Artes, para con posterioridad, continuar en el taller del padre en Cobertizo del Conde, donde al final de los años 20 ve nacer la Piedad de manos de su padre, realizada después de conocer las magníficas esculturas que en Málaga existían de Mena y de Ortiz. Allí toma el hijo contacto con el barro de modelar, jugando por los alrededores del padre.

Pero viene la quema de Conventos en mayo del 31 y desaparece casi todo lo bueno que teníamos, entre ellos nuestro Cristo de Mena. El padre, por la admiración que sentía, se va muy de mañana a Santo Domingo. Cuando entra a la capilla, no puede evitar que uno de los tantos manifestantes rompa una pierna al Cristo —la derecha—. Palma la recoge y puede esconderla en una descampado y cuando vuelve, con otros hermanos, la gran talla está consumiéndose en una gran hoguera como mucho de lo bueno que en Santo Domingo había de las Hermandades de la Esperanza y Humillación, entre ellas la Virgen de Belén, de Mena. Asimismo esa mañana desaparecen las vírgenes de las Lágrimas, de los Mártires; Viñeros, de la Merced; Soledad, de San Pablo, todas de Mena, y el Cristo de la Misericordia, en el Carmen, magnífica talla del cuerpo de este Cristo con la Cruz a cuesta (dudo fuera de Mena u Ortiz).

Después de estos hechos, se inscribe en Artes y Oficios de calle Carretería con Julio Trenas (actual crítico de arte en Madrid) y Antonio Casares (primo hermano mío y más tarde cuñado por su casamiento con Loli Palma). Es curioso que en esas clases de modelado, siempre hacían manos, pies, cabeza, pero luego en el taller paterno de Cobertizo del Conde, es donde hacían las cabezas de Cristo. La mayoría de las de Paquito eran parecidísimas con la del Cristo de la Buena Muerte —¿quién le iba a decir que terminada esa década, haría su magnífica talla del Cristo de la Buena Muerte, titular de la cofradía?—. Era realidad que el crucificado había dejado huella en la mente y en el corazón de los Palma.

La influencia del padre en el hijo para mí es manifiesta, y se puede afirmar que el padre, al hacer la Piedad —quemada asimismo en Mayo del 31—, dio suelta a lo que en su alma encerraba de sentimiento, pero que quizás por pudor, no fuera el crucificado que para él lo era todo. Estos mismos sentimientos los transmite a su hijo. Cuando llega su hora final, deja en boceto, en barro, el encargo que le hizo la Hermandad de Zamarrilla, terminado posteriormente por Paco hijo, denominándose Cristo de los Milagros, su primera obra para las cofradías de Málaga. Luego seguirían el de la Humillación, Sangre, Buena Muerte, etc.

Yo estaba en esas fechas estudiando —terminaba mi carrera—, cuando mi padre me hizo ver terminado de modelar (o sea en barro) lo que luego sería el Cristo de la Buena Muerte y quedé admirado por la composición, en tamaño, proporciones y sobre todo la cabeza, que para mí es una maravilla. Una vez terminada la obra de talla en madera y policromada, hicimos, como con el de Mena, ver al fondo de la boca la garganta con ayuda de una linterna y nuevamente quedé admirado. Pensé en el padre y la satisfacción que tendría en el más allá, y lo imaginé con su simpática sonrisa, demostrando su satisfacción, porque en buenas manos había dejado los palillos del boj, con los que trabajaba el barro y la paleta y pinceles, que transformaría la materia inerte, en algo con vida.

Para mí, es difícil seguir una linea, según los hechos y las fechas, pero comprended, que mi oficio no es escritor ni historiador, sino amigo, que según va escribiendo se va acordando de detalles y como tal, los va transcribiendo en el papel.

En el año 37, recuerdo que Palma García acude a una exposición en Córdoba, presentando un busto de Dolorosa que obtiene la medalla de oro de la exposición. Pero no comportaba que la obra premiada tuviera que quedarse allí. Y a su retorno a Málaga mi padre la adquirió, junto a una preciosa urna, también obra de él, las cuales donamos a la Congregación mis hermanos y yo, al fallecimiento de nuestro padre.

Ha sido para mí una satisfacción escribir unas notas sobre personas tan queridas y vinculadas a nosotros, y más porque es el pórtico —o así yo lo creo— del o los homenajes que a Paquito Palma le debe Málaga y, especialmente, su Hermandad, para la que hizo y seguro que lo dejo sin sueño muchas noches, su mejor obra, que la posteridad dará la merecida calificación.

En lo humano él sufrió algo de olvido que los elegidos padecen, pero la historia está llena de casos parecidos y quizás lo que más sintiera ha sido, que el propio vulgo y, nos metemos todos, siga llamando Cristo de Mena a su obra, pero la realidad es que si Mena fue nuestra primera imagen, de la que conservamos sólo una pierna —que convendría exponer en una urna y que se contemple como reliquia—, nuestra imagen actual es el Cristo de la Buena Muerte de Palma, al cual, desde estas líneas, envío una plegaria en recuerdo del amigo muy querido y admirado.

* Consejero de la Congregación de Mena

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Rafael Poyato Crespo

Al hombre que encarna con su gubia maravillosa, la imagen de lo que siente su alma gigantescamente noble.

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