El Cristo del Perdón se hizo en Úbeda

por Ramón Molina Navarrete *
publicado en la Revista Cultural Francisco Palma Burgos,
editada por fernando salas pineda con motivo del I aniversario de su muerte. 1986


Todavía recuerdo La lluvia tras los cristales. La arcilla tomando forma en curvaturas hacia la perfección. El frío por los árboles del patio... Y la sencillez y la gracia y el encanto de un hombre sobre todas las cosas: Francisca Palma Burgos.

Fui a verle al viejo caserón histórico de D. Luis de la Cueva. Teníamos que hablar -como Miguel Hernández con Ramón Sijé-, de muchas cosas. Y allí, sobre una red metálica., se alzaba el barro dando volúmenes... Un poca aquí... un poco más allá..., un todo en la forma de un Dios humanizado que se retuerce y se dobla y se descuartiza entre clavos cruzando las muñecas y los pies.

¡Ya estaba el Cristo!. D. Francisco lo acariciaba, la mimaba, lo resucitaba. Y después, mirándolo fijamente, la oración, la primera oración tras la forma, la primera petición, en silencio, con fe, casi con adoración. Yo sé lo que pidió, porque me lo dijo después como entre lágrimas y llevó el secreto cosido al alma como un encargo a las estrellas.

Al poco tiempo la escayola. El barro se deshace y muere para dar vida al blanco endurecido y de allí, paso a paso y punto a punto, a la madera.

El Cristo tomaba realidad asombrosa. La gubia se hundía sobre la carne para brotar las venas, para afinar los labios y dejar entrever la sequedad de la boca, para trazar los párpados dormidos a la eternidad, para perfilar la nariz con pronunciamientos sobre lo clásico... y mientras tanto, la lluvia -tras una sequía clamorosa- seguía barnizando los tejados de soledades y melancolías.

D. Francisco, de vez en cuando, se retiraba para verlo más de lejos. Después, de nuevo, la oración y la petición, esta vez presionante, arrolladora, profunda.

Y llegó el momento culmen. El hecho de levantar a Cristo en el Calvario, de apreciarlo, en su justo valor, en esa soledad de moribundo que además es ajusticiado injustamente.

Las pinceles sobre la piel -no ya madera-. La policromía que deja de ser policromía para ser herida y río de sangre y cardenal y lágrima y muerte.

Respira. Dan Francisco. El Cristo, aunque rayando el tiempo justo, ha sido terminado. Esta sobre el madero y servirá de punto de unión de un grupo de jóvenes dispuestos a pasearlo par las calles de Almería en búsqueda de silencios, de oración y penitencia.

Y parte el Cristo, descoyuntado desde el olivo mediterráneo y en él y con él va el sentir y el interés especialísimo de su autor. Pero antes de partir, de nuevo la oración y la petición, esta vez directísima y sin contemplaciones... Y una dedicatoria: "A Gregorina..."

Y siguió lloviendo. Le pregunté a D. Francisco, al despedirme, como se llamaba el Cristo, y me dijo, mirándome de frente y alientando lo justo. "Cristo del Perdón"..., y añadió... "y de las lluvias". Seguro que aparte de ser porque llovió, intensamente mientras lo hizo, fue porque en su alma comenzaba ya a caer una lluvia imparable de cipreses.

* Pedagogo, Escritor, Poeta y Dramaturgo.
Académico de la Academia Bibliográfico Mariana "Virgen de la Capilla", miembro de la Asociación de Escritores y Artistas de España y de la Sociedad General de Autores, Director del Grupo de Teatro "Maranatha" y Comendador de la Orden Literaria Francisco de Quevedo.
Director y fundador de la Revista Ibiut

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Rafael Poyato Crespo

Al hombre que encarna con su gubia maravillosa, la imagen de lo que siente su alma gigantescamente noble.

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