Los Cristos crucificados de Palma Burgos

El artista esculpió de joven las imágenes de los Milagros, la Buena Muerte y la Sangre. Este año se cumple el vigésimo aniversario de su muerte.

por José Giménez Guerrero y Juan Antonio Sánchez López
publicado en el Diario Sur de Málaga
.12 de abril de 2006

En el mes de marzo de 1962, desde Roma, Francisco Palma Burgos remitía una carta a su hermano José María en la que le recordaba algunos pormenores de sus primeros tiempos como escultor. En la misiva, que dimos a conocer en el artículo 'Cristo de Mena y Paco Palma: controversia de un misterio' (ver SUR 8/4/ 1995), el artista relataba ciertos aspectos relativos a la importancia que para su familia, y en especial, para su progenitor, Francisco Palma García, tenía el carismático Crucificado de la Buena Muerte y Ánimas, modelado en pleno Seiscientos por Pedro de Mena y Medrano. Aquella antológica obra -paradigma de un desnudo monumental de estirpe clásica- era, sin duda, el referente no sólo devocional, sino también estético y artístico, del escultor antequerano, cuya huella indeleble no sólo se hizo sentir en su producción religiosa, sino también en ciertas sugestiones formales transferidas a su escultura pública y profana.

Aún restaban siete años, desde aquel fatídico mes de mayo de 1931, para que el destino fijara su mirada en el joven Palma Burgos. Fallecido el padre de los Palma, la Hermandad de la Amargura, posiblemente con la intención de ayudar a la familia, le encargó la ejecución de la talla del que estaba destinado a ser titular de la corporación heredera de la tradición y nombre de Zamarrilla. Y, con tan sólo 19 años. Aquel fue el primero de una trilogía de Crucificados que aún hoy son procesionados por las calles de Málaga: el Cristo de los Milagros, el Cristo de la Sangre y el Cristo de la Buena Muerte y Ánimas.

Carta

En febrero de 1964, con motivo de la celebración de los 25 años desde la ejecución de la talla del Crucificado de los Milagros, el escultor envió una carta al entonces hermano mayor de la Hermandad de la Amargura, Federico del Alcázar García. En un texto, pleno de agradecimiento, vivencias y recuerdos, rememoraba aquellos momentos vividos en la Navidad de 1938, cuando apenas unos días después de la muerte de su padre, recibió el encargo de la hermandad trinitaria y comenzó la que, a la postre, sería su primera imagen procesional.

Una efigie que, por razones obvias, quedaría marcada en su vida de una forma indeleble: «Aún estaban calientes las herramientas, calientes de los pulsos enérgicos de aquel hombre que fue mi padre (...). Su blusón de trabajo me estaba grande y, aunque era apenas una ligera caricia, yo no podía con tanto peso en mis espaldas (...). Comencé a amontonar barro, a hundir mis pequeñas manos en la masa rebelde -aquella masa destinada a forjar una imagen de Dios Crucificado- (...) Cuando a la mañana siguiente mi madre fue a retirar el saco que cubría el rostro del Cristo, se hirió con un alambre de la armadura, y ... unas gotas de sangre tiñeron el barro, y cayeron por el costado del Crucificado. Fue ella quien, simbólicamente, dio la primera pincelada de la policromía».

Lo cierto es que, en la Nochebuena de 1938 comenzó la talla del Crucificado. Es conocido que Antonio Casares, su cuñado, se descolgó en un madero y le sirvió como modelo. Allí, en su desaparecido estudio de la calle Cobertizo del Conde, «tienda y rebotica de arte», nacía para Málaga, para la ermita trinitaria y para la devoción popular, una imagen a la que llamamos 'de los Milagros'. La transmisión oral narra que cuando el gran Mariano Benlliure contempló la imagen del Crucificado de los Milagros en la sala Muñoz Degrain de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, se dirigió al joven escultor y le dijo: «Sólo una cuestión. No has sido valiente y no has tallado en madera el paño de pureza». La sorpresa del escultor valenciano debió ser grande cuando Paco Palma le replicó: «Fíjese bien, maestro, sí lo está».

Hoy en día, haciendo valer una perspectiva histórica y una visión más objetiva de los hechos -y con independencia del tinte casi legendario con que la prensa local revistiese los comienzos del artista-, es evidente que Paco Palma logró salvar con dignidad su comprometido examen de artista novel, logrando desde luego una «obra aceptable», según la calificaban los peritos de la Academia de Bellas Artes de San Telmo. En cualquier caso, ya desde ahí se palpa ese continuismo ascendente que la fascinación por el Crucificado de Mena habría de ejercer sobre él para siempre, con especial valoración de la complexión atlética y pese a la voluminosa configuración de la caja torácica y el áspero expresionismo que todavía destila el rostro del Cristo de los Milagros.

De hecho, todos esos balbuceos quedaron rápidamente superados al reinterpretar soberbiamente, en 1940, el mítico Cristo de la Buena Muerte de Pedro de Mena, bajo unos presupuestos que van más allá de la pura imitación o el servilismo de la copia, para originar un fenómeno, hasta cierto punto único, en la escultura procesional malagueña.

En efecto, en la obra de Paco Palma, inspirada en el Crucificado anterior, perviven la fama, la devoción y el mito generado por la imagen primitiva, dando origen a que las dos versiones se fundan, formando parte de una historia común que la memoria de la ciudad ha mantenido y transmitido pues, ante el paso del Crucificado de Paco Palma, vuelve el recuerdo de aquel otro tristemente desaparecido en 1931. Sin entrar en excesivos detalles, Palma introdujo una serie de variantes con respecto al arquetipo barroco, visibles en la diferente posición de las piernas y pies, así como en la textura y tipología del sudario.

Al tiempo, modificaba las proporciones corporales para crear un verdadero Crucificado procesional, salvando con ello las anamorfosis o premeditadas «deficiencias» - en especial, la cortedad y delgadez de los brazos y el hundimiento de la cabeza sobre el pecho- que la pieza original arrastraba como consecuencia de haber sido concebida óptimamente para presidir un espacio arquitectónico a gran altura y no para recorrer las calles de la ciudad.

Tercera incursión

Todavía habría lugar para una tercera incursión de Paco Palma en el tema del Crucificado al dar forma, entre 1940-1941, al nuevo titular de la Archicofradía de la Sangre. En esta ocasión, el artista se dejó seducir por un experimentalismo formal con el que pretendió acercarse a ciertas tendencias de la figuración moderna. Sin embargo, tales intentos de imprimir a su producción religiosa el sello contemporáneo no terminaron de revelarse totalmente fructíferos, por cuanto el resultado final se distancia de los notabilísimos y atrevidos valores plásticos que, por el contrario, sí se advierten en el hermoso modelo original en barro. En este sentido, es posible que tan brusco cambio de planes obedeciese al «miedo» que el artista pudo sentir, en algún momento, ante la posibilidad de crear una obra demasiado lejana a los presupuestos clásicos inherentes a su talante estilístico esencialmente conservador; lo cual le habría inducido a «rectificarla» de manera un tanto precipitada.

Reconocimiento


Y dado que todo acercamiento a la vida y obra de Francisco Palma brinda una oportunidad inmejorable para la reivindicación de su figura, hoy, transcurridos veinte años desde su muerte y desde estas líneas, reclamamos una vez más (¿y van.....?) la necesidad de que esta ciudad conceda el merecido tributo a su importante labor. En ese reconocimiento -bajo la inmejorable forma de una escultura pública- iría implícito un acto de estricta justicia hacia alguien que siempre tuvo a gala el lugar donde había nacido.

De hecho, Málaga le acompañó en su itinerar por sus diversos lugares de residencia. Y, esta vinculación la resaltaba incluso en elementos materiales. De ahí que volvamos a reiterar en este artículo las mismas líneas con las que concluimos el que publicamos en este rotativo, con motivo del décimo aniversario de la muerte del escultor: «Todavía hoy, en Italia, en Viterbo, en Castel Sant'Elia, en suma en la distancia, permanece la silueta de una casa que sabe mucho de ello. En su fachada, invadido por el musgo que le aporta tintes de ruina romántica, aún pende un blasón donde la inconfundible silueta murada de Gibralfaro aparece jalonada con singular bordura, donde los habituales emblemas heráldicos han sido sustituidos por sendas leyendas que hablan por sí solas: Málaga/Palma Burgos». Y mientras ese momento llega, sus Crucificados siguen cruzando calles y avenidas manteniendo vivo su perfil artístico y humano.

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Rafael Poyato Crespo

Al hombre que encarna con su gubia maravillosa, la imagen de lo que siente su alma gigantescamente noble.

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